“- Buenos días María, ¿qué tal se encuentra hoy?
– Bien, hoy me he levantado con menos dolor en la cadera. Pero los años no perdonan hija.
– ¿Y su marido? ¿Qué tal se encuentra? Recuérdele que la pastilla de la hipertensión, la verde, debe tomársela cada mañana, que no se olvide-
– Si hija, yo se lo recuerdo cada día. Lo tenemos todo anotado en la cajita que nos diste.
– Y su hijo, ¿ha vuelto ya de Alemania?
– ¡Sí, y con novia y todo! A ver si pronto me hacen abuela.
-…..”.
María tiene 84 años y cada semana acude a la farmacia a buscar los medicamentos para ella y su marido. María sufre fuertes dolores en la cadera desde que se rompió el fémur hace un año y su marido, Joaquín, tiene hipertensión y diabetes. Como no podían cuidarse, su hijo estaba trabajando en Alemania, tuvieron que trasladarse a un piso tutelado y aunque eran reticentes a ir, ahora están encantados. Esta es la historia de María y Joaquín, pero no es la única. También están Luz y Ernesto, padres primerizos que su hija de dos meses tiene cólicos y no deja de llorar en toda la noche; o Julio, un encantador anciano que perdió a su mujer hace poco más de un año a causa del Alzheimer; o Matilde que está preocupada porque le ha salido un bulto en el pecho; o Víctor que viene cada semana a tomarse la tensión porque el médico le ha dicho que “la tiene por las nubes”. Son tantas las historias que he oído contar en la farmacia que casi es como si yo misma las estuviera viviendo. Desde que tengo memoria, recuerdo a mi madre tras el mostrador de la farmacia. Siempre atenta con los pacientes y clientes. Dispuesta a escuchar penas y alegrías. Agradecida de poder ayudar y aconsejar a todos los que le pedían consejo. Por todo ello, no es de extrañar que se sienta tan orgullosa de ser farmacéutica.
Yo también me siento orgullosa de ser futura farmacéutica, y por eso me preocupa que por farmacéutico/a comunitario/a se crea que solo somos vendedores de cajitas, pues somos mucho más y debemos demostrarlo cada día con profesionalidad para honrar a la profesión y defenderla de aquellos a quienes les interesa decir que somos únicamente empresarios, únicamente interesados en la rentabilidad de nuestros negocios. Algunos podrían cometer el error de pensar que la única función del farmacéutico/a comunitario/a ha sido dispensar a lo largo de los años medicamentos, pero no es así. A medida que he ido creciendo he ido entendiendo que el oficio del farmacéutico no es solo dispensar medicamentos, es también aconsejar, prevenir, escuchar, acompañar, generar confianza entre los clientes de la farmacia porque nunca debemos olvidar que aquel que acude a la farmacia viene en busca de un remedio que a veces no es exclusivamente farmacológico.
Me preocupa de mi profesión la despersonalización. Que se pierda la visión más humanitaria del farmacéutico. No entiendo la permisividad del colectivo farmacéutico frente la venta a distancia al público a través de sitios web. Considero que estas prácticas desmerecen nuestra profesión, pues perjudica seriamente el papel del farmacéutico como asesor y responsable del tratamiento farmacológico
al no poder responsabilizarnos de una buena atención farmacéutica sin saber que el paciente ha entendido nuestras advertencias sobre el uso del medicamento que solicita. Si realmente permitimos esto, como podemos defender nuestro papel como profesionales sanitarios? Como evitar que la sociedad crea que comprar por internet medicamentos sin prescripción es un acto banal que puede ser equiparado a la compra de unos zapatos o una cómoda para la habitación. La venta por internet se asocia a comprar más económico, comparando distintos portales para buscar las mejores ofertas. ¿Esta es la forma que queremos ser tratados en el futuro? ¿El precio por encima de una buena calidad farmacéutica? ¿El precio por encima del consejo farmacéutico? Debemos reflexionar sobre ello, porque de esta manera estamos induciendo a la sociedad a pensar que los medicamentos son inocuos y a fomentar la automedicación, poniendo en peligro la salud de la sociedad por un posible mal uso de estos. En la dispensación del medicamento, el farmacéutico está asumiendo la responsabilidad del tratamiento farmacológico, por tanto, debe cerciorarse que aquel fármaco es el más adecuado para el paciente, y esto no es posible hacerlo de forma profesional a través de una plataforma virtual, en la que se pierde el contacto con el paciente, contacto esencial para cualquier profesional de la salud para desarrollar su trabajo de forma fehaciente.
Son tiempos difíciles, tiempos de cambio, tiempos de “adaptarse o morir” dicen algunos, pero estos cambios no pasan por perder nuestra identidad ni nuestro compromiso con la sociedad. Somos farmacéuticos y farmacéuticas y, ante todo, compartimos y ejercemos nuestra profesión según un código deontológico y unos valores morales que nunca debemos olvidar; así, correspondemos a la confianza que la sociedad ha depositado en nosotros y nosotros podremos seguir sintiéndonos orgullosos de ser lo que somos, farmacéuticos y farmacéuticas.
(Este artículo ha obtenido el segundo premio en el concurso ¿Qué me preocupa de mi profesión? dirigido a alumnos de Facultades de Farmacia)
Patricia Durán Alert
Foto via ZoomNews