Cuesta creer que una época como la que estamos viviendo pueda traer consecuencias positivas para nadie. Cuando te paras a pensar que realmente lo que estás viviendo es una pandemia mundial, no es de extrañar que a uno se le erice la piel. Sin embargo, si bien es verdad que el desasosiego generalizado de una sociedad entre asustada y cansada está causando verdaderos estragos a nivel político y sanitario, ¿qué es lo que nos va a sacar adelante?
El papel de los profesionales sanitarios está siendo indudablemente nuestro salvavidas. Tenemos por un lado el papel importantísimo a nivel hospitalario de toda la gestión clínica, sin duda complicada y adaptada a un cambio constante, llevada a cabo por médicos, enfermeros, farmacéuticos y todo el resto de personal que hacen que todo lo que nos imaginemos y más sea posible. Por otro lado, (aunque no muy alejado de esta primera), tenemos la incansable carrera de la comunicación favorecida por la investigación, en la cual por supuesto hay farmacéuticos implicados. Si a día de hoy, 2 de noviembre de 2020, hacemos una búsqueda en una de las bases de datos científicas más importantes del mundo como es Pubmed con el término “COVID-19”, nos aparecen 69.654 resultados en menos de un año. Verdaderamente creo que, ya cansados de ver cifras día tras día de contagios, incidencias y mortalidad no somos capaces de hacernos una idea de la magnitud de conocimiento generado en un vuelco científico nunca antes visto hacia un objetivo común: la salud de todos.
Siguiendo con esta última línea y junto con el motivo de este ensayo con respecto al papel de los farmacéuticos en la comunicación, me gustaría centrarme en la abrumadora cantidad de información a la que estamos siendo sometidos hoy en día. Enciendo la televisión: COVID-19, abro el periódico: COVID-19, abro Twitter: COVID-19 (¡ah, no! Esto será una fake new) La información es la herramienta más poderosa que tenemos para ser capaces de mostrar a una población desconocedora lo que necesita saber, y no es algo fácil de hacer. Como decía Muriel Cooper: “la información solo es útil cuando es comprendida”. Desde aquí muestro mi admiración y respeto a todos los medios de comunicación que han tenido la disposición y única motivación (teóricamente) de mantenernos informados de las últimas noticias. Sin embargo, nos encontramos con un arma de doble filo. Tantas noticias, muchas veces poco contrastadas, ponen de manifiesto mi opinión de que no siempre lo nuevo es lo mejor. En Salud Pública muchas veces menos es más, y de poco me sirve tener la última noticia si me confunde, se contradice con lo que ya sabía o ya simplemente ni la leo porque no puedo más.
Y esto es justo lo que está pasando. Creo que el farmacéutico en este punto tiene un papel fundamental para contrarrestar ese efecto contraproducente de una población “sobreinformada”, y tiene mucho que decir para derribar ese muro que la gente se ha creado de no querer saber más (o de incluso negar lo evidente).
Día a día recibimos información nueva, pero a la semana siguiente nos la cambian, y al final uno acaba integrando la información que más le conviene. Verano, paz, esto va mejor. Septiembre, expectación, parece que vienen curvas. Octubre, colapso, confinamientos. Ahora, por imposible que parezca existe una insensibilización real a las cifras que manejamos. Me deja helada cómo uno puede pensar en 25.600 nuevos casos diarios y en 239 muertes como algo ya superfluo, algo ya con lo que tenemos que convivir. Ahora, el quid de la cuestión está en un ¿y ahora qué hacemos?
En el caso concreto del papel del farmacéutico, creo que aquí se pone de manifiesto una de las principales virtudes de esta profesión, pero que muchas veces no es valorada como tal, es la capacidad de comunicación. Si bien es cierto que en esta situación se ha puesto más de manifiesto que nunca, no tenemos que olvidar que esta característica lleva siendo intrínseca a nuestra profesión desde sus inicios. Y ya no solamente de una manera implícita, sino que explícitamente en los servicios profesionales farmacéuticos asistenciales de farmacia comunitaria (definidos por el Foro de Atención Farmacéutica) está implicado un proceso comunicativo con el paciente. Y esto es simplemente porque el farmacéutico no solamente escucha; el farmacéutico es comunicación, es activo en su relación con el paciente, es seguridad, es conocimiento, es consuelo y es calma. Todo lo que el farmacéutico es y hace en la oficina de farmacia (y en otras áreas) está basado en la confianza, y no hay confianza sin comunicación. Anteriormente hablaba de las cosas positivas que podemos sacar de esta experiencia, y para mí una de ellas es sin duda que esa sombra en la que vivíamos los farmacéuticos está siendo esclarecida y reconocida. El farmacéutico está siendo capaz de resolver las dudas de primera línea que nos surgen a todos y que con todo lo que hay ahora no sabemos distinguir. Si por desgracia nuestras autoridades no son capaces de verlo, creo firmemente en una sociedad que valora y agradece el papel del farmacéutico como una profesión necesaria.
Nuestra comunicación debe estar basada en un conocimiento científico veraz, innovador, basado en la experiencia y sobre todo sin prejuicios. Si de algo me siento orgullosa es de ese carácter de predisposición desinteresado. Se nos olvida muchas veces que esto es nuevo para todos, que las mascarillas afortunadamente pocas veces las utilizábamos antes y que ahora forman parte de nuestra manera de vivir la vida. El mantenerse informado, ya no solo durante la COVID-19, es un requisito legal y moral del farmacéutico, y es algo que en mi opinión de nada sirve si no somos capaces de transmitirlo a quien más lo necesita.
Además, me gustaría también resaltar un aspecto que para mí es muy importante. Durante nuestra formación en el grado y por supuesto en nuestra experiencia al frente de una situación real en una oficina de farmacia, aprendemos cualidades basadas en la comunicación. No hay duda de que el vocabulario y las palabras tienen mucho que decir, pero la comunicación va más allá. La comunicación es actitud, y también es lenguaje no verbal. Aunque esto parece difícil de apreciar hoy en día, resulta increíble como con tres cuartas partes de la cara tapada todavía podemos sentir lo que nos están transmitiendo: unos ojos achinados por una sonrisa detrás de una mascarilla, un tono de voz tranquilizador pero asertivo, una actitud empática y comprensiva… son solo algunas de las cosas que hacen de la comunicación con el paciente un amplio cóctel de cualidades que se ponen de manifiesto en cuanto alguien entra por la puerta de la oficina de farmacia.
No me gustaría terminar este ensayo olvidándome de uno de los aspectos más claves y es que la comunicación es también un derecho del paciente. Creo que en esta vida hay que ser inconformistas, y tenemos que creernos y luchar para que nuestro papel comunicador, que ha sido un pilar fundamental para proteger la salud y evitar muchas complicaciones de nuestra sociedad, siga creciendo. Nuestra especialidad es el medicamento, pero de poco nos servirían si no tuviésemos a ese paciente detrás, que está sufriendo y que necesita a alguien que garantice que aquello que se va a tomar va a ser lo mejor para él. El conocimiento técnico se sobreentiende, pero orientar nuestra profesión hacia un enfoque personal y, en este caso comunicadora, puede que sea uno de los puntos clave para seguir dando una atención de calidad y apreciada por la sociedad en la que vivimos. Y lo más importante, sintámonos orgullosos de lo que ser farmacéutico significa.
Beatriz Echarte (Alumna de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Navarra)
(Este trabajo ha sido galardonado con el Segundo premio en el VIII Concurso de Ensayo para Alumnos de Farmacia organizado por AEFAS en colaboración con la FEEF)