“El embrión está claro que es vida, pero que sea humana, no lo sé”, me decía una persona. Y este breve comentario, casi al azar, me obligó a pensar… y mucho.
Cientos de parejas acuden a la reproducción asistida deseosas de realizar su sueño de ser padres. Se les dice que cuantos más embriones se obtengan mejor, para que al menos uno de ellos termine en embarazo. ¿Alguien se para a pensar qué pasa con los “sobrantes”? Todo empieza cuando nos permitimos hablar de ellos con ligereza. Hasta tal punto nos hemos anestesiado que no somos conscientes de que esos embriones son hijos de alguien, son sin duda vidas humanas (pero no debemos decirlo muy alto para no hacer sentir mal a nadie).
¿Qué nos está pasando que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad de hijos a la carta?
Un día cualquiera, no hace más de un año, mi marido volvía de un largo y pesado viaje de trabajo. Cansado de tanto british y deseoso de retomar su idioma de origen, entabló conversación con el joven taxista que le conducía hasta el hogar.
-Qué bien llegar por fin a casa. Me espera mi familia, hace días que no les veo. ¿Usted tiene mujer e hijos?
-Sí. Tenemos un hijo. Fue por fecundación in vitro. Salió algo mal y el niño tiene un retraso muy grave. Nos gustaría poder tener más. Nos dejaron un embrión congelado, pero no nos atrevemos. Nos da miedo por si nos pasa lo mismo.
– Hombre, teniendo un hijo congelado, yo no lo dudaba y lo sacaba de ahí.
El taxista, callado, no contestó hasta después de un largo rato:
-Es verdad. Es nuestro hijo. Nunca me lo había planteado así. Hablaré con mi mujer.
No sabemos el final de la historia, pero nos seguimos preguntando qué habrá sido de ellos. ¿Cómo estará el hijo enfermo? Y, sobre todo, ¿qué fue del congelado?
Pienso en los miles de padres y madres que están en la misma situación. Y no se me quita de la cabeza que vivimos en un mundo de hijos congelados. Porque, siendo realistas, no digas que tienes uno, di que tienes tres, dos de ellos en la nevera.
Desde que en 1978 naciera Louise Joy Brown, el primer bebé probeta, el mundo se volvió del revés, y empezamos a crear vida de donde parecía imposible. Cada año nace aproximadamente un 10% de niños por reproducción asistida. Dicho de otra manera, al año nacen más de medio millón de niños a través de estas técnicas y se realizan una media de dos millones de tratamientos.
España es el país donde más clínicas de reproducción asistida hay, casi 500 de los 1500 centros que hay en Europa. De hecho, nuestro país está en primera línea, junto con EE UU y Japón, y es, en proporción, el país donde más niños nacen fruto de técnicas artificiales. La ley es más flexible que en otros países, y por eso gran cantidad de extranjeros vienen a cumplir su sueño.
El último informe publicado por la Sociedad Española de Fertilidad (SEF) data del 2015. En él participaron 286 centros. Entre los datos que aporta, nos encontramos que, de 44.477 mujeres que acudieron para conseguir embarazo con ovocitos propios y se sometieron a tratamiento de FIV (fecundación in vitro clásica) o ISCI (inyección intracitoplasmática), nacieron vivos 10.099 niños (22,7%).
El mismo informe nos informa de que, para conseguir una gestación con óvulos propios, se necesitan un total de 18 embriones frescos. Normalmente se transfieren al útero de la mujer uno o dos (por ley se puede un máximo de tres embriones). Los demás se desechan por considerarse no válidos, o se congelan. Para hacernos una idea, de los miles de embriones que se obtienen forzosamente, se congela aproximadamente un 32%. Más de la mitad de las parejas dueñas de estos embriones, finalmente dejan a la clínica responsable de elegir el destino de sus hijos. La ley actual permite que estos embriones se destinen para la investigación o directamente se desechan. Lo que sí sabemos, según el mismo informe, es que el 31 de diciembre de 2015 había, por lo menos, 450.000 embriones congelados (más de la mitad llevaba 2 o más años congelado). Si esto era en el 2015 y solo en España, en el 2018 ¿cuántos hay? ¿y en el mundo entero? El número no lo sabemos, ni creo que nadie lo sepa con seguridad. Lo único que podemos intuir, según los datos, es que cada vez son más.
No podemos mirar para otro lado porque nos conviene, y desconocer e ignorar que esto es un negocio. Puedo entender que sea difícil salir de ahí, por la estructura organizada y las grandes cantidades de dinero que se maneja. Pero también tenemos que ser conscientes de la manipulación que nos ha llevado a convertirnos en una especie de lean thinking andante, de manera que todo lo que nos ayude a obtener un buen resultado en el menor tiempo posible nos parece bien. Y esto, llevado a la vida humana, supone infravalorar a las personas. ¿Por qué ya no nos sorprende tener guardado a alguien en el tercer estante del congelador?
¿Cuántos embriones estamos dispuestos a sacrificar con tal de que uno solo siga adelante? Al final, nos acabamos convenciendo de que qué más da el número, si yo ya tengo a mi bebé. ¿Es superior la satisfacción que nos pueda dar ese hijo frente a los que dejamos atrás? Porque no nos podemos olvidar ni de los que mueren por el camino ni de los que quedan congelados. Por muy avanzada que esté la ciencia, me resisto a creer que debamos asumir esa rara normalidad de tener ¿cientos, miles, millones? de embriones “envasados”. Porque esos hijos siguen vivos. Porque esos son hijos de nuestro mundo, hijos parados, hijos de una sociedad congelada.
Por Eva Corujo Martín (Farmaceutica)