Pan, aceite y café en la farmacia comunitaria

El día 25 de febrero de 2015, una redactora de Correo Farmacéutico solicitó mi opinión sobre el hecho de “que en algunas farmacias se esté empezando a vender pan, aceite o café”. En la edición impresa de la semana del 2 al 8 de marzo de la citada revista (página 32) han incluido un interesante reportaje de María Sevilla con citas de distintos juristas y profesionales farmacéuticos. Adjunto a continuación el texto integro que envié a Correo Farmacéutico:

En el artículo 84 de la Ley de Garantías se indica que la oficina de farmacia tiene la consideración de establecimiento sanitario privado de interés público. En ese mismo artículo se especifica cual es la labor del farmacéutico en las farmacias…y no parece que su misión sea la proporcionar aceite, pan, café, lejía o coca-colas… Para ello existen otros establecimientos que tienen el cometido de surtir de alimentos y elementos de limpieza a los hogares. No obstante, quiero aclarar  que la venta de estos productos no es nada nuevo. Como profesor de Universidad, desde hace años me resulta habitual recibir la consulta de algún alumno, que está realizando las estancias tuteladas, sorprendido de las pintorescas cosas que se venden en la farmacia en la que está aprendiendo la “correcta” práctica profesional.

En cualquier caso, e independientemente de lo que nos diga la legislación, no podemos olvidar que el farmacéutico lleva muchos años reivindicando su papel sanitario, asistencial, exigiendo, en este sentido, un respeto por parte de todas las instancias: de la Administración, del resto de profesionales sanitarios, de la sociedad…

Por ello, para muchos de nosotros fue un motivo de alegría comprobar cómo, con la implantación de la Atención Farmacéutica se venía a reclamar, justamente, más responsabilidades para el farmacéutico. Y éste, como profesional sanitario, también se esforzaba por recobrar su merecido prestigio en el entramado sanitario español. Por ello, me pregunto con tristeza cómo se puede compaginar esa situación con la venta de café, “chuches” o descongelante para el coche en una farmacia.

Desde algunos sectores se afirma que es una cuestión de acostumbrarse, que no tiene mayor importancia, y que el paciente sabrá diferenciar las distintas facetas del farmacéutico. Yo no estoy tan seguro de ello. En realidad, estoy convencido de que un médico dejaría perplejo a su paciente si le ofreciera en la consulta, a un módico precio, bocadillos, batidos o revistas de crucigramas y sodokus para paliar las esperas (todo ello en bien de la salud del paciente, ya que la falta de alimento le puede producir una bajada de azúcar o la inacción de la espera un acceso de ansiedad). Lo dejaría perplejo porque todos tenemos, bien asumido, que el médico es un profesional sanitario y se comporta como tal. Sinceramente, creo que sí que hay un límite para las ventas en las farmacias comunitarias: aquel que viene establecido por los fines sanitarios de nuestra profesión.

Soy conocedor de que la situación económica de la farmacia comunitaria española es difícil. Pero tenemos que ser conscientes de que optar por “el todo vale” para compensar momentáneamente una situación complicada, va a tener unos efectos negativos evidentes: la pérdida de credibilidad en nuestra faceta sanitaria, y la confusión social en relación a la esencia y fines de nuestra profesión.

Estoy convencido de que con estas pequeñas concesiones estamos cayendo, con velocidad, por una pendiente resbaladiza, que nos llevará a una situación sin retorno: pronto no podremos explicar la razón por la que un supermercado no puede tener una sección de farmacia… eso sí… controlada por un farmacéutico.

José  López Guzman

Foto vía: Temperatura en Oviedo vía photopin (license)

2019-01-18T09:18:20+00:0004/03/2015|